Por increíble que parezca, y dada la rareza de mi familia, conocí a mi hermana Aracely por ahí de 1986 o 1987, ella tenía unos 14 años y yo 7.
Me gustaba que ella, Ana y Adrián nos visitaran, no recuerdo exactamente que sentimiento era pero puedo decirles que con ellos me sentía muy cómodo y muy alegre. Aracely tenía un reloj blanco, de manecillas negras y con un segundero de arañita y una vibra muy particular: cuando estabamos juntos, me sentía protegido de una forma diferente, de una forma que me hacía sentir bien, era una sensación que nunca sentí con alguien más que fuese mayor.
Los años pasaron y un día me encontré con la sorpresa de que ella y el Aarón del que tanto había escuchado por ser su mejor amigo, eran novios. Fue entonces cuando lo conocí, por ahí de agosto de 1998, y mi primera reacción fue "ah cabrón, el novio de mi hermana es japonés"; pero no, bueno, sí... algo así pues. Me encontré con un hombre orgulloso de sus antepasados, culto, muy inteligente, trabajador, visionario y sobre todo, en extremo agradable, jamás me pude haber imaginado a un hombre mejor para mi hermana. Se casaron en octubre del 99.
Yo estaba en Yucatán, después me fui al Colegio Militar y de ahí a Oaxaca. Nos perdimos la pista hasta que en 2006 entré a Z Publicidad y comencé a platicar de nuevo con ellos a través del messenger. Me encontré a dos personas exitosas y satisfechas de lo que han hecho con su vida, individualmente y en pareja, hasta que en Abril de 2007 nos reencontramos, nos pusimos de acuerdo y nos fuimos a tomar una botella de vino al otro lado del mundo: en Madrid. Caminamos, platicamos, conocimos y me regalaron un mapa que pretendo llevar cuando regrese a esa ciudad.
A partir de entoces me he dado cuenta de algo que no había visto antes, de algo muy importante: que Ara y Aarón, poco a poco pasaron de ser mi familia a ser mis amigos. De esos tengo pocos.
A los dos les debo consejos y palabras de aliento y apoyo, pláticas eternas y comprensión. Los dos están ahí para escuchar la noticia del día y apoyarme, para darme su opinión, para resolver mis dudas y para ayudarme a salir adelante.
Gracias a los dos por estar ahí cada que los he necesitado, y hasta cuando no ha sido necesario, gracias por estar siempre a un mensaje o a una llamada de distancia.
Los quiero.